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Ha crecido
en población y en desarrollo.
Capital ganadera y líder en agroindustria.
De ambiente petrolero y de activo comercio.
Caliente, ruidosa v festiva.
por Julio Daniel
Chaparro En Villavicencio empieza el
llano. En ella el viento es vasto. Y el día es un agite que se agolpa en la
zona central, entre la plazuela de Los Centauros y
el Palacio del Bambú, donde los vendedores suben el volumen del vocerío, y
los ganaderos pactan sus últimos negocios, y las rifas se multiplican, y los
autos sueltan unísonos sus pífanos, y el calor se pega como escarcha sobre
los labios, y la ciudad hace ruido, ruge, no se calma, avanza sin temor y
sin restos para culminar otra jornada.
Los días de entre semana en Villavicencio no conceden
respiro, porque la actividad febril así lo impone. No es gratuito que sea
una de las capitales que ofrece los mayores índices de crecimiento económico
y poblacional del país. No en vano es líder en agroindustria, ciudad
petrolera, poseedora de un comercio pujante, polo agrícola de los Llanos, y
capital ganadera por tradición. Por eso deambular sin ruta previsible
conduce fácilmente a un agobiante sofoco.
Pero Villavo tiene la ventaja de sus noches, la virtud
del verde caluroso que por todas partes la rodea, la pródiga presencia de
sus samanes y sus ceibas, el silbido que se deposita en el aire cuando
atardecen los garceros. Porque se trata de una ciudad llena de campo, en la
que aún no se han perdido los anchos solares de la infancia, en la que
siguen las sombras de quienes cometieron el deicidio de fundarla, y aún es
posible escuchar los cantos que ellos inventaron sobre la talla de una
piedra.
Sí: Villavicencio tiene la fortuna de sus llanos, que
desde las calles principales se desbocan buscando el espumaje que sube por
el Orinoco tras los mares. Villavicencio, además, tiene el don de la buena
ventura, pues se hace casa en cada hombre, se hace destino en cada pisada de
los muchos que llegaron y seguirán llegando dimitiendo del regreso. Y tiene
ríos. Y por supuesto, problemas, porque es parte de la vida. Pero, sobre
todo, tiene un aire limpio, que huele a mastranto, que rápidamente evoca el
cruzar de los caños por entre la campiña, el mugido de los bueyes, la
gránula del sorgo, el zumbar de las muchachas. Es, en últimas, una ciudad
poblada de campos, y si se la siente muy dentro, es, también, un territorio
fuera del tiempo.
Tomado de la Revista
Diners No. 249, diciembre de 1990
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VILLAVICENCIO: la ciudad de las dos caras.
por
Juana
Salamanca Uribe.
En la plaza principal de Villavicencio se
levantan, muy cerca uno de otro, dos bustos: el primero representa a
Santander y el segundo a Bolívar. Es la manera como los villavicenses
resolvieron la discusión en torno de la importancia de uno u otro
prócer. Pero la presencia de las dos caras podría representar, también,
la dualidad de una ciudad que a lo largo de su historia ha mirado en dos
direcciones: a la llanura, de la cual es puerta, y a la cordillera donde
está la capital del país. Su devenir ha estado determinado por la manera
de aproximarse a uno u otro ámbito.
GUAYAPES: LOS ORIGINALES
En
el siglo XVI la familia indígena Guayupe ocupaba el suroeste del actual
departamento del Meta. Distribuidos en diferentes asentamientos, los
guayupe fueron agricultores, pescadores y comerciantes. Productos como
el yopo (alucinógeno), plumas, cueros de felino, coca, miel, cera,
totumos, madera, pescado, maíz y algodón, así como humanos destinados al
sacrificio, fueron objeto de intercambio entre la misma comunidad y
entre ésta y los muiscas, a través de asentamientos guayupes en la
cordillera, como el de Guayabetal. A los llanos llegaban mantas,
cerámicas, esmeraldas, sal y oro, procedentes del altiplano. Métodos de
conservación como el cazabe fueron importantes en esta economía de
excedentes. En un sistema jerarquizado, los caciques controlaban la
producción mediante la planeación de cultivos y otras actividades. El
dominio se reforzaba mediante rituales que enfatizaban la
estratificación social.
Acicateado por la fiebre de El Dorado, el primer
español que pisó el lugar donde hoy se ubica Villavicencio fue Pedro de
Limpias en 1536 o 37, como avanzado de Nicolás de Federmán. Les
siguieron Hernán Pérez de Quesada y otros. Como en otros lugares y
tiempos, los indígenas de la zona fueron sometidos, desalojados o
exterminados.
EL“ PARA– ESTADO”
ESPAÑOL
Al calmarse la fiebre de El Dorado, la manigua se
tupió nuevamente sobre las entradas al llano. La corona española buscó
desentenderse del chicharrón y entregó el territorio primero a
los jesuitas y luego a otros misioneros católicos. En las misiones, los
jesuitas combinaron la evangelización, la representación del régimen
colonial y la producción económica. Estudiaron las lenguas y costumbres
indígenas, adoctrinaron a los aborígenes, les enseñaron el castellano,
los ubicaron en villas y parroquias (reducciones), les enseñaron nuevas
técnicas de distintas artes y oficios y los prepararon para trabajar en
las haciendas. Una de ellas fue Apiay, parte del municipio de
Villavicencio. Dicha comunidad diseñó un complejo sistema económico y
comercial –exitoso– basado en el autoabastecimiento y en el desarrollo
de la ganadería y la agricultura. Si bien para 1544 se habían
consolidado varias encomiendas –la primera fue la de Pedro Rodríguez de
Salamanca– éstas nunca alcanzaron el desarrollo de las haciendas
misioneras.
En la medida en que el trabajo indígena fue la
base económica de las misiones, los ignacianos asumieron la defensa de
los aborígenes, ordenada por la corona y sistemáticamente violada por
encomenderos, curas y burócratas. No obstante, algunos testimonios
acusan a los religiosos de participar en el comercio de indios.
Con la expulsión de los jesuitas de las colonias
españolas en 1767, aquellos emporios se vinieron abajo. Las tierras de
Apiay fueron ocupadas por los llamados Comuneros de Apiay ,
cazadores y agricultores, protagonistas de litigios por la propiedad de
la tierra, quienes cedieron parte de sus derechos a Emiliano Restrepo
Echavarría quien a su vez transfirió parte de ellos a Ricardo Rojas. En
1877 Rojas, mediante escritura pública, hizo donación perpetua al
municipio de sus derechos.
FUNDACION “DE HECHO ”
Espadas y blasones, escudos y armaduras, hidalgos
y clérigos, actas y pergaminos: todos brillaron por su ausencia en la
fundación de Villavicencio. En su lugar, estuvieron arrieros sudorosos,
proclives al alcohol y a la reyerta, que terminaban la jornada en una
posada a la orilla del caño Gramalote, junto al cerro de La
Estanzuela , procedentes de algún punto de los llanos, tras el
ganado que conducían durante varios días hasta Bogotá. Para algunos, una
fundación deslucida y prosaica; para otros, este nacimiento de hecho
–que dio lugar a divergencias sobre la fecha de fundación–
representa la esencia de los primeros años de la vida republicana de un
país construido por arrieros y comerciantes.
Aun cuando el centenario de la ciudad se celebró
en 1942, la Academia Colombiana de Historia dictaminó en 1965 que
“Villavicencio fue fundada el 6 de abril de 1840” . El informe agrega
que “gentes que iban a sacar ganados, y cazadores, entusiasmados por el
párroco de San Martín presbítero Manuel Santos Martínez y por el relato
que se hacía de la belleza y fertilidad de las tierras conocidas como
Gramalote, iniciaron allí la construcción de una posada o “paradero” de
ganados. Fue así como vecinos de Quetame y Fosca, atraídos por la
narración de sus amigos y paisanos, se trasladaron al lugar de
promisión, siendo el primero en establecerse con su familia, Esteban
Aguirre y como éste obtuviera éxito en el comienzo de su empresa de
fundador, seguidamente llegaron Francisco Ruiz con su esposa Matea
Fernández, su yerno Librado Hernández, Silvestre Velázquez y Francisco
Ardila, quienes separadamente construyeron sus ranchos o viviendas en
forma de poblado para habitar con sus familias; y el 6 de abril de 1840
quedó fundada una población, plantada sobre la margen derecha del caño
Gramalote a la que se puso el mismo nombre del arroyo, llamado así
porque sus riberas estaban cubiertas con una especie de pasto o gramínea
conocida con tal nombre”. Este lugar corresponde hoy a la parte baja o
antigua del barrio El Barzal.
En vísperas del sesquicentenario, la Academia hizo
un nuevo pronunciamiento y recomendó celebrarlo el 21 de octubre de 2000
fecha en que se cumplían los 150 años de haber sido erigido el Distrito
Parroquial de Villavicencio en el cantón de San Martín, según Ordenanza
de la Cámara Provincial de Bogotá. No obstante, se mantuvo la fecha de
abril de 1990 para esa celebración.
En la década de 1840 Gregorio Fernández fue
comisario y Justiniano Castro corregidor. Entre los apellidos más
antiguos figuran Acuña, Carrillo, Jara, Moreno, Pardo, Gutiérrez,
Romero, Prieto, Moyano y Reina. Según datos de población encontrados, en
1846 había en el poblado 30 familias.
En enero de 1845 el Gobernador de Cundinamarca
ordenó al jefe político de Cáqueza “delinear la población que se está
formando en Gramalote escogiendo un punto conveniente por su situación y
abundancia de aguas, trazando una plaza espaciosa y por lo menos las
ocho calles que a ella deben conducir con una anchura de 25 a 30 varas y
designando en la plaza los lugares que deben ocupar la capilla, la casa
cural, la escuela, la cárcel y la casa municipal”. En 1850, la ciudad
fue rebautizada con el nombre de Villavicencio, en honor al prócer
quiteño Antonio Villavicencio y Verástegui y dos años después el
corregimiento fue elevado a cabecera de Cantón siendo designado Nicolás
Díaz como su primer alcalde.
FROM
NEW YORK TO QUETAME
Según la investigadora Jane Rausch, Villavicencio
“era en 1861 una aglomeración de ranchos levantados en calles trazadas
en ángulos rectos. La mayoría de los 600 habitantes cultivaban la yuca,
el plátano y el arroz, o recogían el ganado que vagaba en los llanos”.
Las casas eran casi todas de bahareque o madera con techo de palma. En
la plaza principal, lugar del mercado dominical, las fiestas patrias y
las corridas de toros, crecían varios mangos. Según Rufino Gutiérrez, en
1884 la villa tenía 3.315 habitantes.
El aristócrata de Villavicencio, según una
crónica, “vestía casaca con botonadura de plata, calzón corto, medias de
seda y zapatos con hebilla… Cuando el peso llegó a ser papel moneda hubo
necesidad de reducir los gastos y todos usaban el sombrero “castor” y el
“lique” de dril, saco abotonado hasta el cuello, con dos bolsillos a
cada lado”.
La región fue escenario del espíritu
civilizador y de progreso capitalista propios del momento,
con un inusitado desarrollo agropecuario y comercial en varias
haciendas. En 1864 el comerciante bogotano Sergio Convers –casado con
Araceli, hija de Agustín Codazzi– fundó la hacienda El Buque en
terrenos de Apiay, que llegó a tener 80 mil cafetos –cuyo producto se
exportó hacia el interior y el exterior– y maquinaria para procesar
azúcar y arroz. En 1874 en la región había más de un millón de cafetos y
120 mil cabezas de ganado.
Por su parte José Bonnet estableció la primera
casa importadora de mercancías y exportadora de café, pieles y caucho.
En este punto Villavicencio mira hacia la llanura, pues el comercio se
realizó en un gran porcentaje, hasta finales del siglo XIX –en ambos
sentidos– por la ruta río Meta (Cabuyaro), río Orinoco, ciudad Bolívar
(Venezuela), Europa y Norteamérica. Las mercancías se transportaban en
carros de yunta entre Villavicencio y la arteria fluvial y luego en los
vapores Libertador y Boyacá de propiedad de Bonnet.
Así, no era extraño encontrar ciertos elementos suntuarios en
residencias villavicenses. Eduardo Carranza, bisnieto del primer
corregidor, da el testimonio al referirse a su ciudad: “pueblo lejano y
heroico donde hace un siglo mi tía Pilar Fernández solfeó nocturnos de
Chopin en un piano Pleyel traído por el Meta mientras el tigre
rugía en la plaza”.
Pero el comercio por el oriente enfrenta
dificultades, y Villavicencio mira de nuevo hacia Bogotá, separada por
una escabrosa trocha que se recorría en cinco días en el mejor de los
casos. En 1868 (administración Santos Gutiérrez) se inició la
construcción de un camino de herradura nacional de 4 metros de ancho. El
puente colgante sobre el río Negro costó ocho mil pesos, que incluían el
transporte entre New York –donde fue adquirido– a Quetame.
CURAS DESTERRADOS Y CONFLICTOS CIVILES
Desde sus primeros años Villavicencio fue
escenario de enfrentamientos, muchos de ellos armados, por razones
políticas y religiosas. En 1861, varios sacerdotes dominicos rebelados
contra la administración Mosquera que decidió controlar las comunidades
religiosas, confiscar sus bienes y clausurar conventos, fueron
desterrados a los llanos; uno de ellos fue José de Calasanz Vela.
La Guerra de los Mil Días dio al traste con la
prosperidad de las haciendas y dividió aún más a los locales. En una de
las jornadas, el General liberal Críspulo Burgos se tomó a Villavicencio
–protegida por tropas del gobierno– con 500 llaneros. Burgos triunfó
sobre las fuerzas comandadas por el coronel Heliodoro Moyano. Tiempo más
tarde –¡las paradojas de este país!– el hijo de Burgos, Tulio, se casó
con la hija de Moyano, Berenice.
Y, al igual que las guerras, la naturaleza ha sido
inclemente con la capital del Meta. Durante el siglo XIX, dos incendios
voraces se desataron: el 9 de febrero de 1871 la conflagración se llevó
todo el sureste de la población; y en 1890 se dice que quedaron solo dos
casas en pie. Más adelante, en 1917 varios temblores sucedidos entre el
29 y el 30 de agosto, causaron 8 muertes al venirse abajo una de las
paredes de la iglesia, 7 heridos y daños en diferentes edificaciones.
El fin del siglo sorprendió a la población en
situación de precariedad en materia de servicios públicos; la existencia
de solo dos escuelas es un ejemplo de ello. Se había establecido un
servicio provisional de acueducto; pocas casas tenían servicio a
domicilio y la gente se surtía en fuentes públicas. El excedente se
derramaba por la ciudad en una canal empedrada. “Aquellas cañerías al
aire libre eran aprovechadas para servicios domésticos matutinos, que ni
Sancho Panza hubiera querido ‘meneallos ”, refiere el misionero
Mauricio Diéres.
LLEGA EL TERROR DE LOS
LLANOS
Aún al inicio de la tercera década del siglo XX
las mulas seguían siendo el vehículo idóneo para recorrer los caminos, y
con ellas Sansón, un hombre que transportaba sobre su lomo
hasta Cáqueza a los pacientes de urgencias para ser conducidos desde
allí a Bogotá en carro. Pero la capital del Meta se las ingenió para ver
con sus propios ojos el milagro del automóvil, incluso antes de que
alguno pudiera llegar allí por sus propios medios. En 1925 arribó, en
pedazos, a lomo de mula, un carro que luego armaron para alquilarlo a
razón de cinco centavos la vuelta. Como el terror de los llanos
fue bautizada la primera volqueta que accedió al municipio sobre sus
ruedas, en 1937.
Los agricultores, ganaderos y comerciantes,
preocupados por el costo de los fletes aportaron dinero a la carretera,
y en 1924 Jorge Luna Ospina, intendente del Meta y sobrino del
Presidente de la República , creó un peaje. Se utilizó mano de obra de
los presidiarios para la construcción de la vía que inicialmente sólo
contaba con una calzada, y que se ha ido mejorando a lo largo del
tiempo, tratando de enfrentar, incluso hasta nuestros días, las
dificultades que imponen la montaña –que a veces le da por venirse
abajo– y los ríos. Al final, las recuas de los hermanos Amaya fueron
sustituidas por las primeras compañías motorizadas, la Guayuriba y la
Cooperativa de Transportadores de Oriente.
LOS
MONTFORTIANOS
Con
el siglo XX, regresan los misioneros. Ahora se trata de los
montfortianos quienes llegaron para quedarse muchos años. Entre los
que dejaron huella está Mauricio Diéres Montplasir quien combinó la
labor apostólica con la comunitaria, con una recia personalidad –para
algunos, arbitraria y conservadora, para otros bondadosa–. Diéres
“importó” a las Hijas de la Sabiduría para trabajar en las escuelas y el
hospital; fundó una escuela de artes y oficios y creó en 1913 el
periódico Eco de Oriente desde donde dio cuenta de la vida de
la región, hasta 1950.
Cuando en el llano no había puestos de salud, en
1911 se fundó el Hospital de Montfort, al que se le fueron agregando
servicios. Se cuenta que la morgue del establecimiento alojó el cuerpo
del último paciente de la viruela en el país. En el Instituto
Rockefeller, luego llamado Franco, vinculado al hospital, científicos
encabezados por Jorge Boshell descubrieron el tripanosoma Ariari
causante de la enfermedad de Chagas y 5 vectores anofelinos
generadores del paludismo.
En abril de 1916 se inauguró la planta eléctrica
construida por el contratista Jorge Vejarano. Tras comprobar
deficiencias en la instalación, el Ministerio de Hacienda estableció un
impuesto para corregirlas.
Con los materiales de construcción que llegaban
por la carretera como el ladrillo, el cemento y la teja de zinc, la
ciudad cambió su aspecto y se alistó para el centenario: gracias al
traslado del mercado y algunas reformas, el parque central cambió su
apariencia. Con 150 mil pesos destinados por el Gobierno central, se
realizaron obras en el Palacio Municipal, el matadero, la escuela de
artes y oficios y se emprendió la pavimentación de las calles. De esta
época data también la construcción del puente sobre el río Guatiquía.
Dieres informa que entre escuelas privadas y
públicas atienden a 1.193 alumnos. No obstante, indica, “quedan todavía
muchos niños privados del alimento intelectual”. Agrega que en 1942
Villavicencio contaba con teléfono internacional privado (en el hotel
Meta), eficiente y claro, y servicio oficial de teléfono que comunicaba,
difícilmente, con varios pueblos de la intendencia. Da cuenta de la
existencia de 1.150 casas, para una población urbana de 7 mil almas y
del doble para todo el municipio. Habla de una producción anual de arroz
de 300 mil arrobas, de la exportación de 30 mil cabezas de ganado y del
sacrificio de 8 mil reses para la ciudad, y remata: en Villavicencio “no
hay miseria; hay pobreza, pero las perspectivas son halagadoras para el
futuro”.
LLEGAN
LOS CHULAVITAS
Organizados desde las altas esferas del gobierno,
a partir del 9 de abril de 1948 los chulavitas bajaron al llano
y se ensañaron con todo lo que oliera a liberal. Y en esa tierra donde
la libertad es vida, pudieron hartarse. En respuesta, se conformó la
Guerrilla Liberal del llano. El 25 de noviembre de 1949, dos días
antes de las elecciones presidenciales se inició un levantamiento en la
región y Villavicencio fue tomada por la guerrilla. Tras el golpe de
Estado de 1953, retornó paulatinamente la calma a la zona, hasta los
años 80 cuando, nuevos factores la manchan de sangre una vez más .
LOS
VAQUEROS DEL AIRE
El aterrizaje del primer avión, piloteado por
Camilo Daza en el campo de El Barzal (años 30) inaugura la
aviación en la región, que viene a solucionar, en parte, las necesidades
de locomoción del llano y la selva. Villavicencio adquiere la condición
de epicentro de un febril movimiento aéreo que llega a su clímax con la
llegada de los DC 3 de Avianca en los años 50, tiempos en que el viaje
en jeep entre Bogotá y Villavicencio tardaba 14 horas, a pesar de la
corta distancia.
Es una aviación singular, que ha servido a
campesinos e indígenas, ganaderos y operarios, funcionarios de los
territorios nacionales, que suben con sus animales domésticos, sus
bultos de yuca, sus enfermos. Y los pilotos, son capaces de aterrizar en
un potrero, acuatizar en un río, reparar un aparato varado en la sabana.
Una actividad tan dinámica que llegó a disponer de mil pistas en todo el
llano y de 30 aviones pequeños que le dieron vida a la sabana, que luego
se vio afectada por las medidas en contra del narcotráfico.
VILLAVICENCIO SIGLO XXI
Hoy, con sus 384.131 habitantes (Censo 2005) la
capital del Meta se exhibe con todas las condiciones propias de una
ciudad moderna. Al mismo tiempo, enfrenta graves desafíos especialmente
en los campos del conflicto armado (con el lastre del narcotráfico), de
la inequidad y de la corrupción. Como en ninguna otra ciudad colombiana,
en Villavicencio se expresan con crudeza las contradicciones de
Colombia. Por algo está situada justo en el corazón del territorio
nacional, y se puede asimilar a una bisagra colocada entre dos países.
BIBLIOGRAFÍA
Los forjadores de Villavicencio
cuentan su historia. Volúmenes. I y II.Corporación
Cultural Municipal de Villavicencio. Biblioteca Germán Arciniegas.
Dirección de Loreley Noriega Acosta 1998.
Mauricio Diéres.
Lo que nos contó el abuelito.
Villavicencio 1842 – 1942. Imprenta San José de
Villavicencio. 22 de mayo de 1942.
Juan B. Caballero
Medina. Monografía histórica de
Villavicencio. Gráficas Juan XXIII. Villavicencio,
1990.
Germán Castro Caicedo.
El Alcaraván.
Editorial Planeta, junio de 2001.
Los llanos: una historia sin
fronteras. I Simposio de Historia de los Llanos Colombo Venezolanos.
Academia de Historia del Meta. María Eugenia Romero
Moreno. Asociación Cravo Norte. Octubre de 1988.
Tomado de:
Revista Credencial Historia.
(Bogotá -
Colombia). Edición 231,Marzo de 2009
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