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Modelo para armar
por Iván Beltrán
Sus ojos son raros y devoradores, como si
todo el tiempo estuvieran atestiguando un prodigio. Algo tiene de actriz del
cine mudo, algo de lánguida belleza neo-romántica, un toque equívoco de
ambigüedad sensual que los malintencionados calificarían de sáfico, un
extrañamiento adorable que la emparienta con las bellas dementes de los
manicomios, y algunos de sus rasgos semejan los de las heroínas de la
pintura surrealista de René Magritte o Paul Delvaux. Pero también es una
mujer muy moderna, digna de las metrópolis atafagadas de edificios y de
carros voladores que se anuncian en el porvenir. Aunque es una modelo de
aparición reciente –su primer desfile grande ocurrió en Medellín en agosto
de 1997– es quizá la más cotizada, la más deseada, la más buscada y la más
calumniada de la hora reciente.
Siempre pensó,
desde los tiempos en que era una niña y miraba a hurtadillas los bailes y
los rituales de los adultos en los grandes salones del Líbano, su población
original en el norte del Tolima, que el hombre se ve tan desamparado y
absurdo y extranjero porque perdió la desnudez, y desde entonces carga con
el estigma de una culpa indescifrable y ardiente. Por eso cuando se vio ante
la posibilidad de recuperar, gracias a unas fotografías, aquel edén abolido,
no puso reparos sino que se convirtió en la cómplice de su propio fulgor.
Sencillamente escogió la lente, el periodista y el medio de comunicación que
le parecieron más apropiados para su ejercicio de rebeldía inocente.
Así fue feliz
mientras se realizaba el trabajo, comparándose con los árboles, levitando
suavemente entre el trigo, imitando el contoneo del viento, estirando sus
brazos delgados y hermosos como llamando a los pájaros para que aniden en
ellos, convirtiendo su espalda de huesos extraños y protuberantes en un
fragmento del paisaje, copiando a las tiránicas fuerzas naturales y
exhibiendo sin pudor ni sonrojos los senos que se regaló hace dos años por
medio de una cuidadosa y triunfal cirugía plástica y que son redondos y
perfectos como frutas tropicales. Esos senos, dice, la enorgullecen porque
antes se sentía en el cuerpo de un niño imberbe y pensaba, no sin molestia,
que tenía el mismo pecho de su padre.
“Pero lo que busco
con este trabajo es convertirme en cero mamacita, cero motivo de ensueños
paganos y antítesis del símbolo sexual, tan natural como un arroyo y lejana
a la pose del erotismo barato que no me interesa, así como no me interesa
ser un artificioso fenómeno de masas, ni un oscuro objeto del deseo, ni
cualquiera de esos clisés medio gringos y medio pendejos que están de moda
entre algunas con las que trabajé pero poniendo a buen resguardo mi flor
secreta, mi jeroglífico de carne´´.
Norma Nivia habla
con una desenvoltura de niña irresponsable, y escuchándola se siente en
algunos instantes la extraña sensación de que si los hombres quisiéramos,
podríamos volvernos amnésicos de todos los problemas y todas las heridas, y
ya desembarazados de aquella carga dramática, ingrávidos y limpios,
volveríamos a subir al cielo. Esta mujer altísima, que a los doce años medía
un metro con ochenta y dos centímetros, nada tiene de trágica, de soterrada,
de sibilina, de prosaica o de reptante, aunque cuando llegue a la actuación
del cine y el teatro, que son dos de sus sueños predilectos, sí quisiera
interpretar mujeres aciagas y turbulentas, desequilibradas, sórdidas,
pérfidas y calculadoras. “Porque lo lindo de la actuación es que te permite
desdoblar tu personalidad, abrir la baraja de otras que se apertrechan
adentro, y soñar con la pureza o la maldad, para cuidarse de esas dos malas
señoras”.
La infancia,
período de luz y única patria verdadera, sigue todavía viva en Norma Nivia,
y para no dejar que se le atrofie el músculo de la nostalgia, conserva a
todas sus amigas y vigila su cariño con el cuidado de quien vigila la salud
de una rosa. Por eso nombra algunas con delicadeza extrema: Alex Joana,
Patty, Mauren, Catherine, Luisa... También recuerda las muertes prematuras
de algunos otros compañeros de viaje, casi todas en accidentes violentos, o
de seres angustiados que decidieron suicidarse. Cuando Norma Nivia habla de
las cosas terribles, llora, llora mucho, llora siempre.
Y sabe que nunca
será una mujer atenazada por la angustia, pues “todo lo boto afuera, todo lo
exteriorizo, todo lo bailo, lo canto, lo lloro, y entonces quedo limpia, y
hasta mis labios vuelve a subir la sonrisa”.
Llegó a Bogotá en
un auto que le pareció diminuto frente a esta urbe que se abre de piernas
como una loba hambrienta tragándose a todos los foráneos y que muchas veces
no da leche sino sangre oscura. Tuvo miedo de quedarse, supo que comenzaba
una nueva vida y que en Bogotá perdería los días alucinados de la niñez y
superaría para siempre la inocencia. Pero pronto descubrió que amaba la
independencia, el vivir sola, hacer las cosas según su regla y su medida, y
desde entonces nunca ha vuelto a vivir con sus padres ni con ninguna
autoridad distinta de su ética y su disciplina.
Mauricio Mendoza,
el fotógrafo pionero de los calendarios eróticos que se publicaron en
Colombia, fue el primero que la captó con su cámara. Y desde entonces la
existencia de Norma Nivia ha sido una reiterada cadena de triunfos, de
pasarelas, de desfiles, de propagandas y de grandes actos de la moda. Pero
como no hay paraíso sin serpiente, también ha tenido que soportar el acecho
de los sátiros de siempre, y hasta debió parar de forma violenta los embates
de algún regordete y millonario viejo verde que pretendía volverla famosa
solamente después de haberla llevado a la cama. También ha sido presentadora
de programas periodísticos, y hace poco fue una de las primeras expulsadas
del reality fatigoso La isla de los famosos.
A los veinticinco
años, dando la sensación ilusoria de que sigue creciendo, Norma Nivia hace
maletas para instalarse en Madrid y seguir la huella de su destino. Ya vivió
anteriormente en Ciudad de México, pero, asegura, “No soy de las que van
consiguiendo amantes advenedizos en todos los lugares y ciudades. Me gusta
el amor, me gusta el deseo, pero me fascina la fidelidad y adoro ver cómo se
solidifica un noviazgo gracias a la libertad, la imaginación y la
transparencia de las partes”.
Los hombres le
gustan mucho, y casi siempre ha tenido, a tiempo que trabaja, una relación a
la que se entrega sin reparos ni pudores. No obstante, cuando la pasión se
acaba, o la agenda impone la hora de la separación, ella asume el asunto con
una frialdad y una racionalidad digna de un maestro de cálculo integral. Así
se cuida de las heridas y los sinsabores que dejan todos los contactos
humanos.
“Pero los hombres
que adoro no son los galanes de ensueño de los melodramas, ni los chicos
tontos y musculosos de los gimnasios, ni lo yuppies de zapato puntiagudo y
celular repiqueteante. No. Me gustan más bien flacuchentos, más bien
morenos, y por supuesto inteligentes. Soy de las que terminan enamoradas de
poetas, de pintores, de ilusos, de místicos y de hombres tiernos y no pocas
veces débiles. La gente, con frecuencia tan imaginativa, se sorprende mucho
cuando se entera de esto”.
Norma Nivia dice
que está de acuerdo con cualquier opción sexual definida y corajuda, como la
heterosexualidad y la homosexualidad, pero “No me gusta la bisexualidad
porque es ambigua, peligrosa, poco clara. Si alguna vez me cansara de los
hombres, podría considerar la posibilidad de cambiar de devociones
pasionales. Eso no me asusta como idea. Hasta se me pasa por la cabeza
cuando encuentro hombres vulgares, machistas o intolerantes con el universo
femenino. Pero esa fantasía jamás sucederá porque no logro que me gusten las
mujeres ni que me dejen de gustar los hombres”.
Norma Nivia quiere
casarse, quiere tener un hogar sosegado aunque no tradicional o godo, quiere
tener hijos y no quiere, por ningún motivo, continuar creciendo. Ama las
cosas que son suyas y se entrega a ellas con el fervor que un niño entrega a
sus juegos y sus ritos venerados. Todo le parece blanco, aunque conoce de
más de un enemigo que la odia con ternura, y sabe que el universo de la fama
es más denso y estremecedor que algunos escenarios del averno. Por eso
cuando la alaban, cuando la abrazan fuertemente, cuando le piden autógrafos,
cuando le mandan flores, cuando la elogian y cuando intentan convertirla en
un nuevo tótem de las vanidades, apenas si mira con sus ojos grandes, y es
como si estuviera mirando un prodigio al contrario.
Tomado de
http://www.revistadiners.com.co/noticia.php3?nt=24263

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Camaleónica
Por: Paola Andrea Guevara
La niña mimada de los diseñadores colombianos, sin duda la
mejor modelo del país y una
joven promesa de la actuación, nos cuenta su historia
y confiesa quién le endulza la
vida.
"Nunca podría ser reina de belleza", dice Norma Nivia, y es
difícil creerle después de verla entrar por la puerta con sus 1.84 metros de
estatura, piel de diosa, rasgos de muñeca y unos
ojos verdes que hablan por ella. De hecho, sin estarlo buscando, le rogaron
que representara a su Tolima natal en el reinado de Cartagena, pero ella
declinó la oferta a pesar de las protestas de su madre.
"Lo que pasa es que yo vivo en jeans y zapatos bajos, con la
cara lavada y sentado de niño. No podría vivir sobre un par de tacones y
arreglada todo el día", asegura Norma, y añade que lo
mejor del modelaje y la actuación es que le permiten jugar a ser alguien
diferente solo por un ratico: a veces sofisticada, otras veces dramática,
malvada, sensual, misteriosa o dulce como un algodón de azúcar.
Sin embargo, conoce muy bien las diferencias entre los dos
oficios: "Una cosa es ser modelo. Otra cosa muy distinta es ser actriz. Por
eso no concibo que una modelo, por muy conocida que sea, salga a las
pasarelas a repartir besos y a saludar al público como si su popularidad
fuera el centro de atención", afirma.
"Cuando me subo a una pasarela no intento vender mi imagen
personal. Quiero que las creaciones de los diseñadores se roben el
protagonismo y brillen a través de mí, pues soy consciente del enorme
trabajo y esfuerzo que hay detrás de cada colección", dice Norma, quien, a
diferencia de otras modelos, no teme tomar riesgos ni experimentar con su
apariencia en búsqueda de la imagen perfecta.
"Mi trabajo es diversión pura, por eso en las fotos de moda
me gusta usar pelucas, adoptar poses inusuales y convertirme en otra por un
rato. No me asusta verme diferente ante el espejo, porque no tengo una
imagen rígida y establecida que deba conservar",
dice esta mujer que a fuerza de sencillez y profesionalismo se ha convertido
en la niña mimada de muchos diseñadores y fotógrafos colombianos.
La versatilidad de Norma Nivia es tan sorprendente que se da
el lujo de aparecer en varias ediciones consecutivas de las revistas de moda
sin que los editores se preocupen por saturar a los lectores con su imagen.
Al fin y al cabo ella es cada vez distinta. Tiene poderes camaleónicos.
Modelo por casualidad
La idea de ser modelo jamás pasó por la mente de Norma Nivia.
Su infancia transcurrió de forma tranquila en el Líbano (Tolima) y el sueño
de actuar la trajo a Bogotá a los 17 años. A sus padres no les sonaba la
idea de tener una actriz en la familia: "Mi mamá
me decía que si estudiaba actuación iba a terminar disfrazada de mimo en una
esquina", recuerda Norma con una carcajada. Por insistencia de sus padres
empezó a estudiar bacteriología, pero no soportó ni un semestre completo, se
inscribió en una escuela de teatro y en esas andaba cuando, en 1995, le
ofrecieron hacer un catálogo de maquillaje. Norma aceptó sin saber que este
pequeño hecho le abriría las puertas del modelaje. Gracias a este catálogo,
Stock Models supo que un rostro espectacular
andaba suelto por allí y que no podían dejar pasar la oportunidad de
encontrarlo. La agencia se dedicó a buscar a Norma Nivia por cielo, mar y
tierra hasta dar con ella, aunque convencerla de ser modelo no fue tarea
fácil. Ni las promesas de ganar fama y dinero, ni los cursos gratuitos de
pasarela, glamour y maquillaje convencieron a la
adolescente rebelde.
Finalmente, la idea de viajar por el
mundo la tentó. En 1996 comenzó su camino como modelo y
desde entonces no ha parado hasta convertirse hoy, a sus 28
años, en una de las modelos más destacadas,
queridas y respetadas del país. Gracias a su trabajo ha tenido la
oportunidad de vivir en México, España y Miami; y aunque tardó un poco más
de lo esperado, su sueño de actuar también se
cumplió.
Aunque es muy recordada por su participación en Betty
la fea, su primer papel fue en Hístorias de hombres solo para
mujeres, serie en la que protagonizó dos capítulos. Obtuvo su primer
papel antagónico en El pasado no perdona, donde interpretó a
una mujer llena de conflictos personales. Luego llegó la oportunidad que
estaba esperando para interpretar a Victoria, una joven idealista y de
carácter fuerte, en la serie Zona rosa.
En la actualidad recibe muy buenas críticas por su actuación
como Paulina en Nuevo rico, nuevo pobre y, como si fuera poco,
el próximo año actuará en una nueva telenovela con ingredientes cómicos de
Caracol. Definitivamente, Norma Nivia, quien se convirtió en una de las
mejores modelos del país casi sin quererlo, está rumbo a ser la actriz que
siempre soñó.
Tomado de la Revista
Carrusel No. 1439, 26 de octubre de 2007

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"Sobre una pasarela me siento poderosa"
por Sergio Ramírez
No todas lo logran. La, la más pequeña, la más vulnerable, la única que
va a todos los desfiles acompañada de su madre, da un mal paso, cae, se
levanta, sube la mirada y tiembla hasta quedar a salvo tras bambalinas,
donde comienza a llorar desconsolada.
"Eso es un poco por falta de experiencia. Si estás inseguro, si no te
sientes bien pasan cosas como esas", asegura Norma Nivia, nacida en Líbano
(Tolima), 30 años ("muy bien vividos"), cabello naranja, 1,83 metros de
estatura, 13 años como modelo. Antes de salir a la pasarela que a todas
tiene tan nerviosas, se sienta en el suelo, cruza las piernas en posición de
loto, une sus dedos y comienza a meditar, mientras a su alrededor hay
prisas, carreras, tensión. "Trato de respirar, porque los nervios tienen
mucho que ver con la respiración; además, busco quitarme de encima
pensamientos negativos, sacudo las manos para sacar lo malo y me concentro
en pensar que todo va a salir bien".
Antes de que muchos empezaran a leer El secreto, ya Norma Nivia
tenía claro que era importante pensar positivo. Si es una pasarela difícil
no puedo estar todo el tiempo pensando: no me puedo caer, no me puedo caer,
no me puedo caer, porque cada que digo caer me imagino cayendo. Tengo que
decir: todo va a estar bien, voy a caminar divino".
Un año antes
Medellín. Julio de 2008. Lunes. Oficialmente la feria comienza esta
noche, pero ya Norma Nivia está tan agotada que se ha quedado dormida en el
automóvil que nos lleva desde el Centro Comercial El Tesoro, al suroriente
de la ciudad, donde acaba de terminar el ensayo de un desfile de ropa
interior, hasta el Jardín Botánico de Medellín, al noroccidente. Su jornada
de trabajo, a la que todavía le falta un ensayo más, terminará a las tres de
la mañana. "En feria sólo se duerme unas cuatro horas diarias", asegura. Nos
dirigimos a lo que se conoce como un fitting, una prueba de
vestuario, la sesión en la cual el diseñador se asegura de que las prendas
luzcan en la modelo como se las imagina en la cabeza.
Era su última semana en Colombia, antes de darse un año sabático en
Inglaterra, y se la pasó cumpliendo con la rutina: castings, ensayos,
desfiles. Norma Nivia es la última de su generación de modelos de primera
línea que sigue sometiéndose a semejante trajín. Lo hace porque la emociona
la sensación de caminar sobre una pasarela. "Me siento lo máximo, hermosa,
gigante, súper poderosa; es que tiene que ser así para que salga bien,
tienes que sentirte segura, porque eso es lo que vas a proyectar. Pienso que
debe ser lo que siente un músico cuando da un concierto".
Ama su oficio. Sin embargo, no era modelo lo que soñaba ser en sus días
de adolescente, lo que Norma Nivia Giraldo buscaba cuando llegó a Bogotá era
convertirse en actriz y para lograrlo emprendió un recorrido de las
pasarelas a los set de grabación, que pasó por La isla de los
famosos (reality del que fue la primera eliminada), y por programas como
El pasado no perdona; Yo soy Betty, la fea; Cómplices, o Nuevo
rico, nuevo pobre.
Hace un año, cuando comenzó esta entrevista, estaba lista para alejarse
de todo. Tanto, que desde el momento en que decidió irse cerró sus oídos, no
quería que nada ni nadie la convenciera de aplazar una vez más sus planes de
convertirse, por un tiempo, en una anónima estudiante de inglés en Londres.
"Ocho días antes me llamó Jorge Sandoval, de RCN, para proponerme un
proyecto. No me digas nada que me voy en una semana, le dije". Y se fue.
Durante esos meses el único trabajo que realizó fue la campaña mundial de
Cotton USA. Viajó a Estados Unidos y unas semanas más tarde su rostro estaba
en gigantescos carteles en los taxis y los rojos buses británicos que
transitaban por Oxford Street. "Nadie me reconoció, pero igual yo sabía que
era yo".
De anónima a protagonista
Regresó al país hace tres meses, y desde entonces ha presentado dos
pruebas y ambas se han convertido en personajes: Cristina, una ambiciosa
madre soltera en Los Victorinos (que produce RTI para Telemundo) y el
antagónico de una nueva producción del Canal Caracol que comenzará a
grabarse en septiembre. "Para algunos puede ser suerte, pero yo siento que
tengo el talento, el amor y la disciplina necesarios para ser una buena
actriz, lo mismo que he tenido en el modelaje".
Y vaya si es dedicada. Este año participó en 14 de las 23 pasarelas que
tuvo la feria, pero de eso no habla, asegura que no le gusta marcar
diferencias ni generar envidias; sin embargo, después de casi 15 años de
carrera forma parte de ese selecto grupo que las agencias llaman Special
Booking y que la gente del común conoce simplemente como top models.
Para quien está sentado disfrutando de un desfile el trabajo de una
modelo puede parecer sencillo. 60 segundos de un lado a otro. ¿Y eso es
todo? No, realmente. Fuera del esfuerzo (y la inversión) que para algunas
representa su profesión (gimnasio, rutinas de belleza, cosméticos, cámaras
bronceaduras, salón de belleza, etc.), las jornadas de una modelo pueden
sumar 18 horas, muchas de las cuales se pierden detrás de los escenarios sin
mucho que hacer.
"La gente a veces no comprende lo que significa ser una modelo, y no sólo
por lo pesado que es, porque es muy pesado, una feria de estas te acaba
físicamente, pero además está la responsabilidad que tienes con una persona
que invierte su talento, su dinero y meses de preparación en un desfile. Ese
vestido tiene solamente un minuto para que la gente lo admire, y depende
sólo de ti que pueda lucirse, si uno pensara en eso antes del desfile,
seguro no salía, pero yo sí lo tengo muy claro".
Como tiene claro que su prioridad es ser actriz; por eso, aunque no ha
pensado en dejar el modelaje, se da la oportunidad de ser cada vez más
selectiva y sabe que la actuación ocupará la mayor parte de su tiempo en los
próximos meses; luego, en un año, mientras corra de un lado a otro para
participar en las principales pasarelas de la feria de moda más importante
del país, seguramente tendrá las maletas empacadas para partir de nuevo.
"Aún no sé muy bien a dónde, pero la idea es seguir viajando. Soy un
espíritu libre, necesito volar. Estar encerrada, encasillada, me destruye el
corazón. Quiero conocer... y me falta demasiado".
Tomado de la Revista Gente, Año 2 No. 8, agosto de 2009

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Norma Nivia en pijama
por Germán Hernández
Norma Nivia es una de esas afortunadas muchachas que se dan el lujo de
soñar en colores. Enlazados detrás de los párpados, sus sueños en
technicolor le restallan en las pupilas cada vez que llega un amanecer,
y debe de ser por eso que adquieren el fulgor de la esperanza. Los ojos
verdes de Norma Nivia parecen reflejar la satisfacción de quien ha tenido
muy pocas pesadillas. Sin embargo hasta el año pasado había una quimera
rebelde que se resistía a saltar a este lado de la realidad. "Toda la vida
quise vivir en Londres: era como una obsesión", dice la modelo y .actriz.
Era como un espejismo que la persiguió durante casi tres décadas. La
acompañó en las clases del colegio del Liceo Nacional del Líbano, Tolima,
donde nació, y se vino con ella a Bogotá cuando le dio la ventolera de
estudiar teatro, a 2.600 metros más cerca de las estrellas. Y estuvo a su
lado hibernando en el susto de los primeros desfiles de la moda casual, en
el agobio de los primeros calendarios eróticos, en el afán de los primeros
capítulos de la televisión romántica, en la tristeza de los últimos amores
frustrados. "Pero el año pasado me di cuenta de que estaba a punto de
cumplir los treinta y que ya tocaba acabar con la espera", dice. Cuando
habla se adivinan chispas invisibles que se escapan en toda dirección, las
mismas que debieron de advertir los agentes de inmigración del aeropuerto de
Heathrow el día en que llegó a Londres procedente de Bogotá. Había acabado
de grabar la telenovela Hombre rico, hombre pobre y llevaba libras
esterlinas suficientes para buscar sin afanes el santo grial de sus
ilusiones aplazadas.
Como una paisana más, arrendó un apartamento de habitaciones compartidas
en Camden, un refugio que parecía haberla esperado con las puertas abiertas
desde que al rey Jorge IV se le ocurrió fundar este curioso barrio
londinense. Y durante nueve meses fue feliz: estudió inglés puro con el
rigor de un inspector británico, pero por las noches se volaba a soberbios
conciertos de Oasis y a destaparse los oídos en Los Establos, el bar de moda
construido en una granja, con pacas de heno, ginger ale y tubos de
striplease. "Fueron mis primeras vacaciones largas desde que tenía
diecisiete años", dice mientras abre esos ojos voraces y devastadores que
parecen siempre estar contemplando un milagro. Pero fue también un período
propicio para aliñar el -ese sí- sueño de su vida: ser estrella de cine.
Regresó al país el pasado 2 de abril, un día antes de su cumpleaños, con las
reservas monetarias agotadas y los bolsillos llenos de ambiciones. Su
corazón también volvió solo.
Y estaba allí, pastando los recuerdos de todas esas noches hervidas al
rurry que tuvo que sufrir con sus estridentes vecinos hindúes, cuando
apareció un papel en la serie Los Victorinos, de Telemundo, y logró
viajar por el tiempo gracias a la fábrica de sueños de la televisión, y otro
rol de villana en Mi bella Ceci, nueva comedia que Caracol TV planea
estrenar este 21 de octubre. "¡Otra vez de mala!", exclama mientras las
chispas invisibles le acentúan el cabello anaranjado. Al mismo tiempo que
grababa la telenovela, tomó cursos de actuación en cine y grabó seis
cortometrajes y se puso una docena de trasnochadoras pijamas que ilustran el
catálogo de la nueva colección de VC Dreams, la firma de refinadas
confecciones creada por su amiga Viviana Castrillón. Su belleza adormecida
es arropada al amparo del satín y el algodón mientras ella parece soñar con
cuentos alucinantes de doncellas seducidas en los feudos del castillo
Marroquín.
Las grabaciones de Mi bella Ceci deben terminar en marzo del año
entrante, y Norma Nivia piensa que ese será el comienzo de la primavera de
una nueva ilusión: ir a estudiar cine en Nueva York. Su deseo íntimo es
llegar a trabajar con directores de la talla de Pedro Almodóvar o Tim
Burton, y nada tiene de extraño que esta pretensión se cumpla, contra todos
los pronósticos. "Mi mamá me decía que si estudiaba actuación iba a terminar
disfrazada de mimo en una esquina", advierte.
Pero allí, en cualquier esquina, también se habrían destacado sus 1,83
metros de lánguida belleza, pues ella además los refuerza con un optimismo
necesario para merecer las metas imposibles. "Amanecerá y veremos", parecen
decir sus ojos con esa fe bella y férrea que hace que tras ellos se alcance
a ver el milagro envuelto en sueños de color esmeralda.
Tomado de la Revista Diners No.475, octubre de 2009

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